sábado, 10 de diciembre de 2011

N&S

-¡Margaret!- ella alzó la vista un instante; y luego intentó ocultar sus ojos luminosos, apoyando la cabeza en las manos. Él imploró de nuevo acercándose, con otra apelación trémula y anhelante a su nombre:
-¡Margaret!-Ella bajó todavía más la cabeza, ocultando así aún más la cara hasta apoyarla casi en la mesa que tenía delante. Él se acercó más. Se arrodilló a su lado para quedar a su altura y le susurró jadeante estas palabras al oído:
-Cuidado. Si no dice nada la reclamaré como propia de algún modo presuntuoso y extraño. Si quiere que me marche dígamelo ahora mismo. ¡Margaret!


A la tercera llamada, ella volvió hacia el la cara, cubiertas aún con las manos pequeñas y blancas, y la posó en su hombro sin retirar las manos. Y era demasiado delicioso sentir la suave mejilla de ella en la suya para que él deseara ver intensos arreboles o miradas amorosas. Pero ambos guardaron silencio. Al fin ella susurró con voz quebrada:
-¡Oh señor Thornton, no soy lo bastante buena!
-¡No es bastante buena! No se burle de mi profundo sentimiento de indignidad.
Al cabo de unos minutos, él le retiró con cuidado las manos de la cara y le colocó los brazos donde habían estado una vez para protegerle de los alborotadores.
-¿Te acuerdas,cariño?-susurró-¿Y la insolencia con la que te correspondí al día siguiente?
-Recuerdo lo injustamente que te hablé, sólo eso.
-¡Mira! Alza la cabeza. ¡Quiero enseñarte algo!
Ella volvió la cara hacia él despacio, radiante de bella vergüenza.
-¿Conoces estas rosas?- preguntó él, sacando unas flores secas de la cartera en la que estaban guardadas como un tesoro.
-¡No!-contestó ella con sincera curiosidad-¿Te las regalé yo?
-No, vanidosa, no lo hiciste. Podrías haber llevado rosas iguales, seguramente.
Ella las observó pensativa un momento, luego esbozó una leve sonrisa y dijo:
-Son de Helstone, ¿a que sí?. Lo sé por los bordes aserrados de las hojas. ¡Oh! ¿has estado allí? ¿Cuándo? 
-Quería ver el lugar donde Margaret había llegado a ser lo que es, incluso en el peor momento, cuando no tenía ninguna esperanza de que me aceptara alguna vez. Fui al regresar de Havre.
-Tienes que dármelas-dijo ella, e intentó quitárselas de la mano con ligera violencia.
-Muy bien ¡Pero tienes que pagarme por ellas!
-¿Cómo voy a decírselo a tía Shaw?-susurró ella, después de un rato de delicioso silencio.
-Déjame que hable yo con ella.
-¡Oh, no! Debo decírselo yo. Pero ¿qué crees que dirá?
-Lo supongo. Su primera exclamación será << ¡Ese hombre!>>
-¡Calla!- dijo Margaret- o intentaré mostrarte los indignados tonos de tu madre cuando diga: <<¡Esa mujer!>>

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