Nadie nos garantizó que la vida fuera a ser fácil.

Cuando tengo unos de esos días en los que se me vienen todos lo problemas a la cabeza lo mejor que puedo hacer para desahogarme es escribir e ir a correr, y es que aunque me encante escribir no hay nada como irse por la tarde al parque, con mi música preferida, y un espléndido Sol, aunque haga un poquito de fresquillo. Porque cuando me pongo a correr, desaparecen de un plumazo todos mis pensamientos, miro hacia adelante intentando ver el final del camino, lo único que me importa en ese momento es llegar hasta el final sin parar, mentalizarme de que aunque mi cabeza me diga que no puedo, que tengo que parar,  sé que mi cuerpo puede seguir. Cuando llego a la mitad del camino paro para observar el parque, el atardecer y es precioso, ya no hay problemas, recupero la respiración y vuelvo para atrás, y es ahí donde comienzo a recordar lo que me digo siempre en estos días, yo asemejo la vida con una maratón, la vida al fin y al cabo es un camino que tenemos que recorrer, y no hay prisa, ya que no se trata de llegar el primero si no de llegar al final, de acabar el recorrido entero, habrá momentos en los que tu cabeza te dirá BASTA!, pero, párate a pensar, si cada vez que pensases que no puedes hacer algo, si te rindieses a la primera de cambio, ¿cuántas cosas habrías conseguido en tu vida?, ya te respondo yo, casi nada, hay que seguir adelante,  hacer frente a las dificultades, hacer frente a los obstáculos, hacer frente al cansancio, se trata de llegar. A veces el camino se inclinará, será más difícil de atravesar, pero sabes que puedes hacerlo. Y nunca olvides que cuando realmente no puedas más, antes de hacer cualquier estupidez, recuerda que cuando llegues al final, podrás mirar hacia atrás orgulloso de tu recorrido y por supuesto podrás mirar hacia adelante para observar ese maravilloso paisaje que te espera y darte cuenta de que tu vida no era tan complicada, solo era cuestión de perseverancia y paciencia.